Comentario
Era un gigante de pies de barro, con un enorme territorio escasamente poblado y peor comunicado. Nueva Francia era teóricamente lo que hoy es Canadá, un país del que apenas se conocía su boca, representada por los Grandes Lagos y el estuario del San Lorenzo, donde se asentaban sus ciudades más importantes, Quebec, Trois Rivières y Montreal. La colonia tenía sólo 65.000 habitantes en 1763, cuando se cedió a Inglaterra, y esto después de haber experimentado un vertiginoso aumento poblacional, ya que en 1700 tenía únicamente 15.000 habitantes. Salvo Quebec, que tenía unos 8.000 habitantes, y Montreal, que contaba con unos 4.000, el resto de sus ciudades eran pueblos donde vivían apenas unos cientos de tramperos y de indios. La Corona francesa no logró poblar Canadá, pese a intentarlo con todos los medios: premio a los emigrantes, indulto a los delincuentes, transporte gratuito a las prostitutas, primas matrimoniales (se daban 20 libras a los jóvenes que se casaban antes de los veinte años) y hasta premios de natalidad (el padre de 12 hijos cobraba una pensión anual de 300 libras). La sociedad pretendió ser señorial, pero la economía no se lo permitió, resultando al cabo bastante igualitaria y libre, aunque con una minoría que mantuvo a ultranza actitudes nobiliarias, más por prestigio que por privilegio. Incluso la mujer tuvo un papel notable en la producción, dado lo escaso de la población. El lujo, refinamiento y educación francesas imperantes en las escasas ciudades, contrastaban con un medio ruralizado y primitivo en el que los únicos esparcimientos eran la bebida y el juego. Un clero comprensivo y tolerante controlaba la moral de la sociedad plural que formaba su feligresía.
La administración colonial introdujo pocas innovaciones. Lo único destacable es la creación del Consejo Superior en 1703, un organismo consultivo del Gobernador General, integrado por el Intendente, el Obispo, cuatro o doce consejeros, cuatro asesores, un Procurador General y un Escribano. El Gobernador General residía en Quebec y tenía lugartenientes en Montreal, Trois Rivières y Cabo Bretón. Entendía todo lo relativo a gobierno, milicia, y relaciones exteriores y con los indios, dejando al Intendente lo relativo a administración económica y judicial.
La economía fue el gran fracaso de la Nueva Francia. Se pensó que el tráfico peletero desarrollaría otras fuentes subsidiarias de riqueza, pero todo quedó en proyecto. Al cabo, sólo pervivieron el negocio peletero y la pesca, auxiliados con alguna agricultura. Una estructura muy débil para soportar el peso de una colonia aislada debajo del polo. La agricultura pudo ser excelente. Sobraban tierras, pero faltaban brazos. Se planificó mediante un sistema señorial de distribución de tierras, pero sin esclavos, ni trabajadores indígenas, por lo que los propietarios terminaron por abandonar sus propiedades para enrolarse en el ejército o dedicarse al tráfico de pieles, que daba mayor rendimiento. Los que no podían ser ni una cosa ni otra, ni comerciantes ni soldados, siguieron trabajando la tierra, que produjo trigo, avena, cebada, maíz, centeno, lino, cáñamo y hortalizas. Lo difícil era encontrar un mercado rentable para la venta de excedentes. No se encontró y resultó por ello una agricultura de subsistencia. En 1740 se produjo un éxodo masivo del campo a las ciudades. La pesca se desarrolló algo aprovechando los excelentes caladeros de Terranova y Cabo Bretón para el bacalao y ballena, pero tampoco llegó a ser nada sobresaliente. Aparte de pescado seco y ahumado, se exportó aceite y grasas. Las pieles fueron el único renglón exportable al mercado europeo. Aunque había algunos tramperos que las obtenían directamente, lo usual era comprarlas a los indios, que se las vendían indistintamente a franceses o ingleses en función del precio que pagaban por ellas. Era un precio en especie, muy variable, en el que había algunos artículos necesarios, muchas baratijas y el ineludible renglón del aguardiente. Los ingleses ofrecían, por lo común, mejor trato y esto motivó una subida de precios que aminoró las ganancias de los comerciantes franceses. Naturalmente, las pieles pasaban por muchas manos hasta llegar al comerciante exportador, que era el que verdaderamente se lucraba con el negocio. A estos sectores económicos se sumaron alguna producción de hierro en las minas de Trois Rivières, la explotación maderera y la fabricación de barcos en los astilleros de Quebec.
En cuanto al comercio, se hizo fundamentalmente con la metrópoli y consistió en intercambiar pieles (principalmente de marta, visón, castor y nutria), algo de trigo, maderas y aceites de pescado por manufacturas, vino, aguardiente y especias. El valor y volumen de los intercambios fue apreciable pero nunca importante. Consecuencia de esto fue una permanente falta de numerario en la colonia, donde se utilizaba usualmente el papel moneda.
El transcurso del siglo XVIII trajo a la Nueva Francia una lucha por la supervivencia frente a la amenaza constante de sus vecinos ingleses, dispuestos a apoderarse de ella. Los gobernantes se ocuparon de construir una red de fortificaciones para detenerles, asegurar una comunicación por el Mississippi con la Louisiana, mantener una política de paz con los indios y seguir explorando el inmenso territorio del oeste. La centuria comenzó con buenos augurios: un tratado de paz con los iroqueses y una política de concordia con las tribus de Ohio, Indiana e Illinois. Se aprovechó para reforzar Michilimackinac (entre los lagos Hurón y Michigan), fundar Fort-Pontchartrain (actual Detroit), y establecer varios centros comerciales entre los Lagos y el curso superior del Mississippi. Los ingleses intentaron aprovechar la Guerra de Sucesión española, lanzando una ofensiva sobre el Canadá. Tomaron Port-Royal en 1710 (rebautizada Annapolis) e intentaron apoderarse de Quebec (1711) y de Montreal. Por la paz de Utrecht (1713), Francia cedió a Inglaterra la Terranova, la Acadia (que se rebautizó como Nueva Escocia) y la bahía de Hudson. Las pérdidas territoriales fueron compensadas con algunas exploraciones que permitieron incorporar las tierras existentes hasta el lago Winnipeg (1731) y con las perspectivas que se ofrecían en el inmenso horizonte descubierto por Monsieur de La Vérendryre, fundador de varios centros comerciales entre Ontario y Manitoba, y descubridor de territorios en Nebraska, Wyoming y Montana (1743). Para conectar con Louisiana se hicieron unos sesenta fuertes entre Montreal y Nueva Orleans. En cuanto a los conflictos con los ingleses, se volvieron crónicos, sobre todo a raíz de la guerra de Sucesión de Austria. Un ataque francés contra los colonos de Massachusetts fue respondido en 1745 con la toma de Louisbourg, guardiana de la boca del San Lorenzo. La plaza fue devuelta por el Tratado de Aquisgrán, firmado tres años después. El gobernador La Galissoniére temió que los ingleses se apoderasen del territorio meridional del lago Erie. Para evitarlo, mandó un destacamento que se dedicó a señalizar las posesiones francesas en Ohio. En 1753, se construyeron tres fuertes (los de Presque-Isle, Le Boeuf y Venango) y, al año siguiente, se fundó Fort Duquesne (actual Pittsburg). En 1755, los ingleses atacaron Fort Duquesne pero no pudieron conquistarlo. Esto motivó que las tribus indias se aliaran con los franceses hasta la guerra de los Siete Años. El conflicto comenzó en 1756 con buenos augurios para los galos, que tomaron Fort Oswego (lago Ontario) mientras los ingleses fracasaban en su intento de tomar Louisbourg. Al año siguiente, los ingleses perdieron Fort William Henry. Pero todo cambió a raíz de 1758, cuando fue nombrado ministro William Pitt, impulsor de la táctica de ayudar a Federico de Prusia para que éste soportara el peso de la guerra en Europa, mientras Inglaterra combatía en las colonias y en el mar. Una poderosa flota inglesa rindió Louisbourg en julio de 1758. El mismo año tomaron Fort Frontenac (Kingston actualmente, en Ontario) y meses después las ruinas de lo que había sido Fort Duquesne, incendiado por los propios franceses (rebautizado como Fort Pitt). Esto originó el corte de la comunicación entre Canadá y Louisiana, privando a la primera, bloqueada por mar, de recibir ayuda metropolitana. En 1759, el general Jacobo Wolfe dirigió la toma de Quebec. Aunque pereció en el combate, logró su objetivo. En 1760 cayó Montreal. Francia se desmoronó a partir de entonces. Por la Paz de 1763 Francia perdió el Canadá, la isla de Cabo Real, Tobago, Dominica, San Vicente y Senegambia. Se le devolvieron Guadalupe, Martinica, Mari Galante, Deseada, San Pedro, Miquelón y Belle-Isle. Estas tres últimas islas fue todo lo que le quedó de la antigua Nueva Francia. Finalmente, Francia cedió la Louisiana a España, comprendiendo que muy pronto entraría en el punto de mira de la expansión colonial inglesa.